Quiero una mirada que despierte el letargo de la conciencia. Podré observar una mirada que caminará hasta desembocar en muchas más, una mirada en magia y verdad. Quiero ilusionarme cambiando las miradas asesinas por miradas vivificadoras. Ya no deseo las miradas que matan los puños y las letras, no deseo esas miradas que fusilan la emoción del apretón del bolígrafo o del ímpetu sobre las teclas. Quiero una mirada libre…No quiero una mirada que fustigue. Muchas miradas no llegarán, no quiero una mirada desinteresada. Podré extrañar a todas las que quiera imaginar, pero a una mirada libre no la quisiera extrañar, quiero que esté ahí siempre y me recuerde la libertad, es una mirada que AMA.
Una mirada que pueda observar otras sin importar si provienen del mismísimo infierno y tratarlas sin el incremento nefasto de culpabilidad y terrorismo religioso. Ese terror es un horror, es una indudable blasfemia. Quiero una mirada comprensiva, honesta y rigurosa, perfilada en una mirada tierna y divina. Quiero una mirada que pueda albergar la esperanza de una sonrisa en el epitafio de la muerte, sin apropiarse de las últimas palabras, las cuales sólo le corresponden a Dios.
En fin… Una mirada, dos, tres y cientos, miles, millones; desde la misericordia y el perdón, desde la posible duda expresada y a la vez contenida en sí misma: miradas humanas.
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